martes, 23 de septiembre de 2014

GLOBAL: LOS CORREDORES DEL ARCÉN DE LA AUTOPISTA...

Noto una carretera monstruosa saliendo de una ciudad monstruosa que se niega despertar sumida en un calor pastoso cuando todavía no amaneció. En sus aceras cuerpos marchitos que no esperan nada consumidos de hambre, calor y humedad. No sé si son capaces de sentir desesperación.
Como en Balde Runner, cientos, miles de bloques de edificios que esperan vida. Durante kilómetros los veo pasar preguntándome en dónde estará ahora la gente que los ocupe. Me provoca desasosiego, mi mente no es capaz de abrirse tanto para imaginar un futuro allí, con sueños, ilusiones, esperanzas, fracasos, dolores...
Horas, sí, horas viendo pasar los monstruos de hormigón que casi se pierden en la bruma de la contaminación de una ciudad que no tiene límites conocidos, ¿es algo parecido a la ciudad de los gatos? No me atrevería a entrar allí y perderme por unos espacios que, desde fuera, se antojan tan irreales como la paradójica ciudad creada por la mente del genio japonés. Viendo esto se comprende porque fue capaz de imaginar algo así.
Son muchos carriles modernos que unen Delhi con Agra, ordenado, desordenado, puede pero no alcanza, irradia una luz lúgubre amparada por un día que amenaza tormenta.
Ojos perezosos que se internan en un horizonte de arrozales y tétricas chimeneas de tétricos hornos para cocer, tal vez, tétricos ladrillos que parirán espacios indefinidos de algo parecido a la felicidad. Me gustaría impregnarme de ese mundo, es lo que tiene el triángulo de la India, nunca es suficiente: quieres más luz, más olores, más rostros cansados, más espacios perennes, más colores. Quieres, en definitiva, comprender más.
Algo así, en una pequeña dosis pasa como en un sueño artificial que se aproxima más a la vigilia que a estar realmente dormido. Los sentidos a flor de piel vagan por paisajes verdes, húmedos, cenicientos... Comparten camino con gente encogida, tostada por un sol que nunca llega a brillar como en los cuadros de Van Gogh. Quisiera estar allí observándolos detenido en el margen de la carretera, preguntarles que significa para ellos esta arteria, no se me ocurre que pensar, no soy capaz evidentemente, de sentirme sintiendo allí lo que sentiría vestido con un sencillo traje blanco que malamente alcanza a cubrir el cuerpo.
¿Y los elefantes? ¿Dónde están los elefantes? Es lo único que falta para completar un paisaje tópico al lado del monstruo que nos conduce a darnos de bruces con el Taj Mahal. Debería ser obligatorio conocerlo, imaginarse por lo menos una armonía así. Salman Rushdi lo definió con precisión: la realidad siempre supera la ficción.
Alejado del dolor, un domingo tormentoso del mes de julio, volví a darme cuenta de que el mundo es tan grande que merece la pena vivirlo. Pequeñas cosas alejados de los grandes circuitos son las que nos hacen sentirnos viajeros volviéndonos tan livianos como cuando abandonamos el cuerpo. Me pregunto cómo son el resto de los días allí cuando no estamos, cómo son, en definitiva sus días y si son capaces de percibir ellos un domingo cualquiera del mes de julio con la serpiente que los divide vomitando ruidos e historias que les son totalmente ajenas.
Gente en movimiento en todas las direcciones. Un área de servicio que podría estar en cualquier país del mundo con este tipo de instalaciones. Quise entrar para verlos, era el único occidental en aquel espacio en el que se mezclaba el calor con multitud de olores indefinidos. Uno, dos, tres segundos y salgo en busca de más calor y humedad. Pienso: así es como es una tarde de domingo cualquiera de cualquier mes de julio a muchos miles de kilómetros. A veces, cuando la mente se vacía, los pienso allí descansando para volver a enfrentarse a sus vidas... Y cuando llueve, y cuando es diciembre, y cuando inician unas vacaciones. El uso que hacemos de nuestro cerebro es tan insignificante que dificulta la percepción de determinados matices de las cosas que se producen fuera de nuestro ámbito. Desde qué observo estas cosas me gusta jugar a recordar como era y como estará siendo cuando aquí sucumbe un verano que sí, esta vez llegó a tiempo.
No estoy seguro de que pueda imaginarlos corriendo por el arcén de una autopista durante kilómetros y kilómetros en las inmediaciones del monstruo que acabará por engullirlo todo. Aquí algunos con el torso desnudo trotando suave bajo una luz que declina, allí otros reposando el esfuerzo... ¿Por qué no corren entre los arrozales? Yo lo haría, por eso no los olvidé y vuelve a mi cabeza sin esperarlo, sin entender por qué. ¿Qué hacen cuando regresan a casa? ¿De qué tienen miedo? ¿Tienen miedo? ¿Están asustados de la luz de su país? ¿Qué pensarían si yo me pusiera a correr con ellos? Los había visto enfrentarse al frío, a la nieve y a la falta de oxígeno de las montañas cubiertos por simples plásticos de los que se utilizan para fabricar bolsas de basura, nunca me imaginé que alguno de esa especie de humanoides recubiertos de plásticos industriales pudiera entrenar su cuerpo en el arcén de una de las autopistas que rodean al monstruo que se alimenta de vidas.
Casi nunca, sus ojos negros apagados, transmiten nada. Es muy difícil imaginar que piensan mirándole a unos ojos que, sólo en ocasiones, emiten algo parecido a un destello similar a la emoción. Los veo rodeándome al regreso de una cumbre para felicitarme y hacerme mil preguntas que no doy respondido, sus caras nunca dejan intuir lo que su espíritu quiere saber. Hombres, mujeres, da igual. Y yo, allí parado con los mismos ojos lunáticos de siempre tras cruzar de nuevo la delgada línea roja, querría contarles que vivo en un lugar sin ruidos, ni calor, ni humedad y que corro por la tierra desnuda rodeado de una luz verde, transparente...
Autobús parado en el medio de la serpiente que vomita ruidos, una mujer caminando por el arcén, sin prisa. En la mano derecha una pesada maleta. El cuerpo cubierto por un llamativo sari oscuro. También se dirige al monstruo... Siento miedo.

viernes, 19 de septiembre de 2014

COVA DA ARCOIA. CÉRAMO. VISUÑA. SERRA DO CAUREL

A cova da Arcoia, paradiso soterrado pouco coñecido. Revista dos espeleólogos galegos "Furada". Nº 8. Decembro de 1994. Páxinas 4-8.

A cova da Arcoia ábrese nunha zona cárstica da parroquia de Visuña, do municipio de Folgoso do Caurel, na provincia de Lugo. É unha das máis fermosas de Galicia e pode chegar a ser tamén unha das máis importantes, tanto pola variedade das súas formacións como polo estado en que se conservan. A cavidade ofrece moitas posibilidades de progresión.

Pódese descargar o artígo en .pdf premendo na seguinte ligazón: LA CUEVA DE LA ARCOIA, PARAÍSO SUBTERRÁNEO POCO CONOCIDO. FURADA Nº8.

Pódese descargar a publicación completea premendo na seguinte ligazón: REVISTA FURADA Nº 8.

Convén empregar esta información coa maior prudencia posible, tanto na súa difusión como en posibles visitas á cavidade. GRAZAS POLA VOSA COMPRENSIÓN.

Por atoparse en territorio da Rede Natura 2000 é necesario a solicitude de permiso na Consellería de Medio Ambiente.

Sala do elefante. Cova da Arcoia. Foto: Guillermo Díaz Aira

Galerías fondas. Cova da Arcoia. Foto: Guillermo Díaz Álvarez

jueves, 18 de septiembre de 2014

CANÓN DO RÍO FERREIRIÑO E BARRANCO DE FERRAMULÍN. SERRA DO CAUREL

Revista dos espeleólogos galegos "Furada", nº 9.

Relátase o descenso de dous novos canóns explorados polos membros do Grupo de Espeleoloxía Arcoia de Quiroga nos concellos lucenses de Quiroga e Folgoso do Caurel.

Pódese descargar o artigo completo en .pdf premendo na seguinte ligazón: SEIS HORAS DESCENDENDO O RÍO FERREIRIÑO E BARRANCO DE FERRAMULÍN.

Pódese descargar a revista completa .pdf premendo na seguinte ligazaón: FURADA Nº 9.

Convén empregar esta información coa maior prudencia posible, tanto na súa difusión como en posibles visitas aos cursos de auga. GRAZAS POLA VOSA COMPRENSIÓN.

Por atoparse en territorio da Rede Natura 2000 é necesario solicitar permiso.

Primeira fervenza importante do río Ferreiriño, baixo a aldea de Campodola

ESTUDO DO GLACIOCARST DA SERRA DO CAUREL

Sistemas cársticos fósiles. El glaciocarst del Caurel (Lugo). Revista dos espeleólogos galegos "Furada" de decembro de 1992, nº 6, páxinas 35-40.

Na serra do Caurel hai pegadas da existencia dun glaciar de tipo alpino durante o Pleistoceno. Nese tempo, unha masa de xeo de 65 Km2 cubría a serra. Os autores estudan neste traballo o glaciocarst dunha das serras máis impresionantes de provincia de Lugo.

Hai moitas opinións, esta é unha delas.

Pódese descargar o artigo en .pdf premendo na seguinte ligazón: EL GLACIOCARST DEL CAUREL.

Pódese descargar a revista completa en .pdf premendo na seguitne ligazón: REVISTA "FURADA" Nº 6. DECEMBRO DE 1992.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

lunes, 15 de septiembre de 2014

IMPROBALBE, NON IMPOSIBLE

Cova de Traslacosta. Paderne. Serra do Caurel. Foto: Guillermo Díaz Aira
Outra vez é unha forza coñecida e familiar da que tirar ilusión.
Era improbable, non imposible.
Lembro unha tarde baixo o sol de xullo ao pé das paredes de Valdehuesa; alí con calma pechouse un libro para abrir outro distinto. Non lembro o que pensei cando oín as palabras: -non volverei a baixar, quero sol, rocha, aire... Probablemente non o tomei en serio ocupado noutros soños; logo, o tempo, encargouse de facer tallante a súa frase.
Parecía imposible despois do vivido, despois dunha historia con tinguiduras épicas que nos aprendera a amar a montaña, aos outros e a nós mesmos. O vicio de escoitar a nosa respiración e a dos demais é de aquela época de quimeras tolas.
Apretamos como só saben facelo os nómades sentindo cada segundo fóra da realidade exterior. Algúns nomes quedaron gravados tan fondo como os lugares aos que decidimos que iríamos: Valporquero, Sima del Carlista, Torca de los Caballos-Cueva del Valle, Tête Sauvage-La Verna, Cueto-Coventosa, Mortero de Astrana, Sistema del Republicano, Torca Juanín... Estes lugares conservan barro, humidade, olor a carburo, cansanzo, desasosego, ilusión, vida... Alí forxáronse as gañas de demasiadas horas sen osíxeno que virían despois dunha sentenza lóxica cargada de vida.
Unha vez máis quixemos escoitar a mensaxe que chega do interior a cachóns, concentrar  nunhas poucas horas o peso de moitos quilómetros en anos disparatados pedindo risas compartidas en lugares insospeitados.
Dous corpos desfeitos e cheos de barro tirados xunto á fonte da praza da escola de Arredondo, ollos lunáticos radiantes de cansazo; era sinxelo, primario, irracional... Un bar cheo de xente uniformada de verde con olor a carburo co inunda todo... Un chan de madeira nun vello asilo con saco de flores... -Se temos que volver atrás saco a navalla e crávoma... Quixemos soños que nos sacaran un intre do corpo e por primeira vez fun viaxeiro alí tirado nun chan cálido; non quería durmir para conservar aquela sensación de abandono despois de 34 horas de batalla desigual na rede do silencio... Tal vez, só tal vez, fomos buscar na Tête Sauvage perpetuar esa sensación e a auga sepultouno todo; calquera manual que fale de viaxeiros explica claramente que non se pode, que é imposible vivir permanentemente fóra do corpo. Tal vez, só tal vez, cada un dos pasos dados despois foi unha busca baleira por repetir aquela sensación que durou ata que chegou o soño, pouco. Tal vez, só tal vez cando saín por Horcones co corpo ao límite recordei aquela sensación e o recordo fíxome parecer máis livián; non hai dúbida de que el tamén estaba alí, no derradeiro paso.

Entre a vexetación dura que deixa marcas fondas na pel o aire trouxo de novo olor a neve no que se perciben matices distintos.
-A neve xa non ole igual! Resoa o trasno.
-Seguirá sendo neve, a mesma de todos os invernos en calquera dos continentes, pero a vida encárgase de darlle un olor diferente. Respondo.
-E as pegadas? Excalama o trasno.
-As pegadas son necesarias para guiarnos. Conclúo.
Un día, nun aeroporto, vin chorar a un trasno. Agora está despistado no seu bosque húmido, supoño que tamén agarda a neve...

Otra vez es una fuerza conocida y familiar de la que absorber ilusión.
Era improbable, no imposible.
Recuerdo una tarde soleada bajo las paredes de Valdehuesa; allí con calma se cerro un libro para abrir otro distinto. No recuerdo que pensé cuando oi las palabras: -no voy a volver a bajar, quiero sol, roca, aire... Probablemento no lo tomé en serio ocupado en otros sueños, el tiempo hizo tajante su frase. También parecía imposible después de lo vivido, después de una historia con tintes épicos que nos aprendió a amar la montaña, a los otros y a nosotros mismos. El vicio de escuchar nuestra respiración y la de los demás es de aquella época de quimeras locas.
Apretamos como sólo saben hacerlo los nómadas sintiendo cada segundo fuera de la realidad exterior. Algunos nombres quedaron grabados tan hondo como los lugares a los que decidimos que iríamos: Valporquero, Sima del Carlista, Torca de los Caballos-Cueva del Valle, Tête Sauvage-La Verna, Cueto-Coventosa, Mortero de Astrana, Sistema del Republicano, Torca Juanín... Estos lugares conservan barro, humedad, olor a carburo, cansancio, desazón, ilusión, luz, vida... Allí se forjaron las ganas de muchas horas de aire sin oxígeno que habrían de venir después de una sentencia lógica cargada de vida.
Una vez más quisimos escuchar el mensaje del silencio que llega del interior a borbotones, concentrar en unas horas el peso de muchos kilómetros en años disparatados pidiendo risas compartidas en lugares insospechados.
Dos cuerpos deshechos y llenos de barro tirados junto a la fuente de la plaza de la escuela de Arredondo, ojos lunáticos radiantes de cansancio; era sencillo, primario, irracional... Un bar lleno de gente uniformada de verde con olor a carburo que lo inunda todo... Un suelo de madera en un viejo asilo con un saco de flores... -Si tenemos que volver atrás saco la navaja y me la clavo... Quisimos sueños que nos sacaran unos instantes del cuerpo y por primera vez fui viajero allí tirado en un suelo cálido; no quería dormir para conservar aquella sensación de abandono después de 34 horas de batalla desigual en la red del silencio... Tal vez, sólo tal vez, fuimos a buscar a la Tête Sauvage perpetuar esa sensación y el agua lo sepultó todo; cualquier manual que hable de viajeros explica claramente que no se puede, que es imposible vivir permanente fuera del cuerpo. Tal vez, sólo tal vez, cada uno de los pasos dados después fue una búsqueda vacía por repetir aquella sensación que duró hasta que llegó el sueño, poco. Tal vez, sólo tal vez, cuando salí por Horcones con el cuerpo al límite recordé aquella sensación y el recuerdo me hizo parecer más liviano; no hay duda de que él también estaba allí, en el último paso.

Entre una vegetación que deja marcas profundas en la piel el aire trajo de nuevo olor a nieve en el que se perciben matices distintos...
-¡La nieve ya no huele igual!. Resuena el duende.
-Seguirá siendo nieve, la misma de todos los inviernos en cualquier continente, pero la vida se encarga de darle un olor diferente. Respondo.
-¿Y la huella?. Exclama el duende.
-Las huellas son necesarias para guiarnos. Concluyo.
Un día, en un aeropuerto, vi llorar a un duende. Ahora está despistado en su bosque húmedo, supongo que también espera la nieve...